La verdad es que un diario que se actualiza ocho meses después de la última entrada es cualquier cosa menos eso, un diario. No obstante, como ochomesario no es una palabra aceptada por la R.A.E., pues habrá que aceptar que soy un desastre sin más. Eso y que, gracias al virus este de la productividad que nos han vendido, soy incapaz de hacer cosas en apariencia improductivas sin que me ahogue el yugo de la culpabilidad. Así que, parafraseando a Cabrera Infante, que en la Advertencia que precedía a Tres tristes tigres decía que “la escritura no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo”, estas líneas van a ser una forma de atrapar pensamientos al vuelo. Y citándome a mí, un modo de ir contra esas obligaciones impuestas por la (¿post?) modernidad.
Somos microinfluencers de esos. Hace un par de meses, después de darle muchas vueltas al tema, a Pablo se le ocurrió que teníamos que hacer un canal de curiosidades en Youtube y de paso subir esos vídeos también a Tiktok y a Instagram. Como yo no tengo suficiente con las clases, la investigación y ser yo mismo, le dije que adelante, que me apuntaba, que por qué no. Así que nada, apenas 60 días después tenemos más de 12.000 seguidores en Instagram. De Tiktok y Youtube no presumo porque no nos quieren tanto. No sabemos muy bien dónde acabará esta aventura, pero yo por si acaso os dejo aquí los links, no vaya a ser que os pueda el FOMO y nos acabemos haciendo famosos del todo y nos sigáis.
Lo mejor de tener un proyecto en común con tu hermano es que, si sale bien y ganas pasta, la puedes repartir. Y si sale mal y no ves un duro, nadie te quita el tiempo que has pasado pensando a lo grande.
Coleccionar países. A ver cómo digo esto sin ser un cascarrabias y sin que parezca que llevo la boina a rosca en la cabeza. Se ha puesto de moda entre una parte de nuestros congéneres coleccionar países, es decir, pisar un sitio, ir un par de días, poner un par de historias en redes sociales, visitar los cuatro lugares turísticos que has visto en el perfil del influencer de turno y añadir la banderita del país a tu lista. Y me da como pereza, la verdad. Es como una especie de turista que se empeña en llamarse a sí mismo viajero y en el fondo lleva a cabo una tournée profiláctica, sin dejar que le roce el aire que le rodea, para presumir de cara a la galería. Pero igual soy yo, ojo, que cada vez tolero menos ciertas cosas.
La foto. Atardecer en Farmville Lakes, Auburn. Un día cualquiera.
Hace tiempo que no pienso en el horror. Eso dice Alcalá Norte en “La vida cañón” y eso me pasa a mí, que he aprendido a vivir sin darle a todo una pátina de fatalismo neuromotor. ¿Que me tropiezo? Pues bueno. ¿Que me atraganto? Pues vale. ¿Que voy cojo? Pues bien. ¿Que la mano va a su ritmo? Perfecto. Con estos bueyes tengo que arar y así lo estoy haciendo. Hay una parte de la enfermedad que va más allá de la incertidumbre que entraña la evolución. Aprender a aceptar el diagnóstico y a vivir con las consecuencias de lo que sea que pasara. Se puede seguir hacia adelante sin hacer cosas que antes te hacían feliz. La clave, como en todo, está en saber adaptarse.
Una canción. Esta de Manolo Tena, que ilustró París Tombuctú, de Luis García Berlanga.
La tesis, un “me quedo” y un “por fin he aceptado mi destino”. Dentro de pocos días se cumple el primer aniversario de la defensa de mi tesis, que, para cualquiera que haya seguido un poco mi vida en la última década, sabe que fue mi particular obra de El Escorial. Estos días, entre sorbos de tinto de verano, recuerdo la locura que fue acabar un proyecto como ese y organizar una mudanza a la vez para desaparecer, por fin, de Texas. Vamos, pasarse el juego en modo Leyenda.
El caso es que, de algún modo, comenzar la etapa posterior en Auburn, tener una oficina con ventana y ver hasta dónde he llegado, ha hecho que el eterno retorno a Ítaca que supondría regresar a España me parezca, cada vez, más lejano. Lo he escrito muchas veces. Soy afortunado de tener dos lugares en el mundo a los que llamar casa, pero tengo la desgracia de encontrarme siempre extrañando uno cuando no estoy en el otro.
¿Volverás a Madrid, Miguel? Pues, de momento, de visita.
Julio en Madrid. Este año, por primera vez en mi vida, voy a pasar julio viviendo en Madrid. Así que espero que todas esas presentaciones de libros, todos esos conciertos y todos esos lugares que veo siempre en Twitter, prorroguen un ratito su actividad y me dejen formar parte de la ciudad aunque sea unas semanas. A cambio, doy mi palabra de que haré lo que haga falta por vivirla de verdad. Sin sentir la necesidad de añadir banderitas a mi lista y dejando que la experiencia me atraviese.
Y ya puestos, me comprometo a venir aquí a contarlo, claro. Sin que pasen ocho meses otra vez, quiero decir.